¡Desafío plástico!
Era una noche fresca de verano. Una noche relax de música y películas sin interrupciones. Caminábamos hacia casa y decidimos hacer una breve pausa para entrar a una tienda en busca de municiones para la larga jornada que nos esperaba. Bebidas frías, frutos secos, algunas galletas de colores y unos deliciosos Pinguinos Marinela, acaso el postrecillo favorito de cualquier niño inocente. Una vez listos, decidimos proseguir con la caminata en compañía de la luna y las estrellas. Al cabo de unas horas, ya instalados en el hogar, nos disponíamos a comer el segundo pinguino de la noche. El primero pasó causando un poco de rareza en el estómago, dejándonos una dudosa sensación sobre el contenido o la calidad del producto. Sin embargo, teníamos hambre y decidimos seguir comiéndolo. "Son de Marinela, de hecho están bien", pensamos, confiando en la garantía que esta marca nos hacía sentir. Estábamos a punto de comer el otro, cuando al agarrarlo notamos que sobresalía un extraño puñado de aparente chocolate negro. Creímos que sería un pedazo de chocolate duro, pues lo habíamos dejado en la refrigeradora menos de media hora para comerlo heladito. A lo mejor han añadido un poco de cacao para hacer un toque nutritivos estos kekitos artificiales, quisimos imaginar. Sin embargo, al momento de examinarlo con más detenimiento extraímos aquel elemento raro y, sorprendemente, encontramos que ese objeto delgado y negruzco que sobresalía desde el corazón del apetecible postrecito, no era otra cosa que un escalofriante e inoportuno pedazo de plástico negro...
Foto: Johanna Valcarcel
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... ¡Horror en medio de la noche! No podíamos creerlo. Nos sentimos, desde entonces, indignados y agredidos por la industria alimentaria del Perú y la fábrica Marinela que permiten que productos de esta estirpe salgan al mercado a seducir a viejos, jóvenes y especialmente a NIÑOS.
¿Cómo puede ser posible que una pieza plástica y negra, con textura de papel calca, aparezca escondida en el interior de este producto? De haber ejecutado esa acción instintiva, inconsciente y animalesca que a veces el hambre y la ignorancia nos impulsa a cometer, habríamos tenido dentro de nosotros un pedazo de plástico camuflado con chocolate navegando por el misterioso laberinto de nuestros estómagos. Eso pudo significar una indigestión, el comienzo de alguna enfermedad irreversible o algo mucho peor, pues cualquiera que lo hubiera hecho - o que le pueda suceder en el futuro - podría lentamente morir atragantado con el primer bocado. Si los niños fácilmente se hacen líos al masticar su comida (y los grandes también), es fácil imaginarse a cualquiera, fiel consumidor o no de estos hasta entonces deliciosos pinguinos Marinela, en aprietos con ese plástico tóxico y dañino para la salud. Quién sabe qué habrá pasado. Tal vez fue un error de fábrica, o quizá faltaron minutos en su proceso de elaboración para que ese extracto negrusco se convierta en chocolate o en algún saborizante plástico que le termine de dar sabor a ese pinguino rancio que nos tocó aquella noche.
Foto: Johanna Valcarcel
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Su fecha de expiración todavía estaba muy lejos de nosotros, así que procedimos a levantar nuestra voz de protesta, y en defensa propia nos comunicamos con la línea de atención al cliente. Una señorita joven aún, por el sonido de su voz, escuchó con calma y un poco de susto todas nuestras quejas y descripciones acerca de tan desagradable incidente. Sí, se trata de un plástico delgado y del tamaño de la mitad del dedo índice de mi novia, le aclaramos. Tomó nota y nos pidió nuestros datos (nombre, teléfono, e-mail, incluso hasta nuestra dirección, la cual no obtuvo puesto que no lo consideramos necesario). Luego de escuchar nuestras declaraciones, con entonación de consumidores insatisfechos, y al no escuchar una respuesta concreta, nos ofrecimos a enviarles las fotos respectivas pidiéndole el correo electrónico de la empresa, pero ella, nerviosa y sin salidas, no atinó a otra cosa que colgarnos de una forma muy diplomática: dejándonos suspendidos sobre esa línea fantasma, de la que ya nunca más escuchamos su voz. Nunca nos comunicó con un superior o con algún otro anexo, tampoco nos devolvió la llamada y nunca recibimos un correo pidiéndonos disculpas o dándonos alguna explicacion sobre este hecho.
Sentimos que nuestro deber como comunicadores era hacer algo más que contentarnos con un canastón de productos Marinela, como creímos podrían ofrecernos. Sin embargo, ni siquiera recibimos una disculpa. Con o sin canasta, ya habíamos planeado la creación de este post para contar la verdad y romper el silencio que las marcas imponen con sus "espontáneos souvenirs" ante este tipo de errores.
¿Y tú, aceptas el desafío Marinela?
Foto: Johanna Valcarcel
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¡No permitamos que la industria alimentaria pase por alto estas negligencias!
* Los invitamos a que compartan esta historia y fotos con sus amigos.
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